miércoles, 27 de junio de 2012

Infraestructura verde urbana

Acabo de llegar de Vitoria-Gasteiz donde he estado en un Taller Internacional sobre Paisaje. Los participantes, de diferentes países, eran casi todos estudiantes de cursos de postgrado, postgraduados o doctorados en paisaje, arquitectura y urbanismo. Nos encargamos del taller: Emanuel Carter, Director de Arquitectura del Paisaje de la Escuela de Ciencias Ambientales y Forestales de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY-ESF); Anne Whiston, profesora de Planificación y Arquitectura del Paisaje del Departamento de Planificación y Estudios Urbanos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT); Timothy Beatley Profesor de Comunidades Sostenibles del Departamento de Planificación Urbana y Medioambiental de la Universidad de Virginia (UVA); y yo mismo. No voy a describir el desarrollo del taller ni sus resultados sino que, como resumen de las dos semanas de discusiones, expondré como entiendo ha variado el concepto de zona verde en los últimos años. Me basaré en una ponencia que leí al día siguiente de haber finalizado el taller, en la Jornada Internacional que se celebró en la misma ciudad, sobre el “Papel de los espacios naturales urbanos y periurbanos” titulada: “Los espacios verdes urbanos, ¿equipamiento o infraestructura?”

El anillo exterior y los conectores que conforman el anillo verde interior
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En el taller se trataba de abordar un problema bastante complejo: buscar las potencialidades del llamado “anillo verde interior” de la ciudad de Vitoria-Gasteiz. Esta ciudad de la que ya he hablado en otros lugares del blog y que, ha sido designada Capital Verde Europea 2012 por méritos propios, tiene una larga tradición de “planeamiento verde”. Es conocida mundialmente por su anillo verde periurbano y ahora está intentando ampliarlo a un segundo anillo exterior que incluya las montañas que rodean la llanada con las áreas agrícolas y aldeas, conectándolo mediante una serie de corredores que, atravesando la ciudad, continúen hacia las montañas y configuren una auténtica red de áreas naturales. Esta parte está explicada detalladamente en el artículo de este blog titulado "Infraestructura Verde". Los conectores interiores al cruzarse entre sí configuran un anillo urbano que era el objeto del taller. Al finalizar se plantearon propuestas concretas pero, como siempre, probablemente lo más interesante fue el proceso y las discusiones que tuvieron lugar. Apareció también la necesidad de definir el sentido que le damos actualmente a las llamadas zonas verdes debido a la proliferación de un vocabulario colateral (redes ecológicas, infraestructura verde y otras) sin aclarar.

Imagen del taller en plena actividad

Para intentarlo, voy a partir de nuestra antigua Ley del Suelo y sus Reglamentos. El sistema de espacios libres en el planeamiento español aparecía como una obligación del agente encargado de la urbanización, su carácter era el de dotación, y tenía la misma consideración que los centros culturales y docentes, deportivos, comerciales, sociales o aparcamientos. O sea, lo que en urbanismo entendemos por “equipamiento”. El hecho de que se considerara como sistema es circunstancial, lo importante es qué era eso de una “zona verde”. El módulo mínimo de reserva para este tipo de espacios era del 10% de la superficie total del polígono. Luego estaba la discusión de si era de uso y dominio público, o sólo de uso, etc., pero que es irrelevante para la cuestión que quiero plantear. Lo que me interesa es destacar que las zonas verdes (para entendernos) se consideraban en el mismo rango de “cosas” que un centro cultural, un comercio o un aparcamiento. Esta forma de verlo se reforzaba claramente si atendíamos al detalle. Por ejemplo, para polígonos residenciales, dentro del 10% reservado a espacios libres (y para el caso de conjuntos de hasta 18 viviendas) la superficie de dominio público sería de 15 m2 por vivienda para jardines y 3 m2 para juegos infantiles. En general, esta forma de considerar las áreas verdes en zonas urbanas se ha seguido manteniendo, tanto en la doctrina como en la opinión pública a través de las modificaciones sucesivas de la legislación del planeamiento en casi todas las comunidades autónomas.

Fragmento plan parcial Valdecarros (Vallecas, Madrid), MadridesMadrid

Al hablar de estas cuestiones tropezamos también con problemas de vocabulario. Probablemente sería mejor hablar de espacios no cementados más que de espacios verdes ya que la expresión “espacio verde” suele estar asociada a árboles y césped. Y la de "espacios libres" incluye áreas urbanas como plazas o calles que, no en todos los casos pueden considerarse como zonas verdes, áreas verdes o áreas de naturaleza. De cualquier forma, hecha la aclaración, a partir de ahora voy a hablar de “zonas verdes”, “espacios verdes”, “zonas verdes urbanas” o “áreas verdes” de forma indistinta para referirme a espacios urbanos no cementados que conservan ciertas características de naturalidad aunque no necesariamente tengan césped, árboles o arbustos. En el año 1999 el Servicio de Bosques de EEUU y otras entidades conservacionistas y agencias federales institucionalizaron el término Infraestructura Verde con la idea de crear una red interconectada de áreas naturales (básicamente parques) que se visualizara de forma parecida a como lo hacen otras infraestructuras urbanas como, por ejemplo, la eléctrica o la de comunicaciones.

Espacios no cementados, Muévete por tu espacio

El concepto de infraestructura verde se ha ido ampliando cada vez más hasta el punto que ha llegado a plantearse en su más amplia acepción posible “como todo el sistema natural que soporta la vida posibilitando los procesos ecológicos, sosteniendo la flora y la fauna y manteniendo los recursos”. Es evidente que la naturaleza es el soporte imprescindible para la existencia de áreas urbanizadas. Sin naturaleza no sería posible la ciudad. Sin embargo, la función de infraestructura a la que nos estamos refiriendo se puede entender de forma menos genérica y referirla a aspectos más concretos del funcionamiento de la misma. Y es en las áreas periurbanas donde mejor se aprecia esta forma de entender “lo verde” (con comillas) como infraestructura. Porque en las áreas más puras de naturaleza y más alejadas de la urbanización esta función se diluye en la más general de posibilitar los procesos biológicos y, probablemente, más que como una red deba ser entendida como la matriz en términos de ecología del paisaje o de soporte de vida en términos sistémicos. Parece fuera de duda el hecho de que “lo verde”, entendido como naturaleza, juega un papel esencial para posibilitar la mera existencia de la urbanización. Lo más curioso es que, al principio (y todavía hoy, en parte), el concepto estaba íntimamente ligado a los parques, que desde el punto de vista de la conservación, tienen una cierta vocación de “equipamiento” en el sentido de que se justifican, en parte, por el hecho de su disfrute por los ciudadanos.

Fragmento de borrador del plan de infraestructura verde
 Montgomery, Maryland, Montgomery Planning

Esta forma de plantearlo, como un ambiente natural frente al ambiente construido, ha llevado a algunos autores a oponer la llamada infraestructura verde a la infraestructura gris, constituida por el conjunto de redes artificiales que soportan la urbanización. Parece claro que el concepto de infraestructura verde debe tener algún elemento diferenciador respecto al de naturaleza sin más ya que, en caso contrario, no sería necesario inventar expresiones nuevas. Sucede lo mismo que el concepto de infraestructura gris respecto a la ciudad. Lo mismo que la infraestructura urbana no es la ciudad, la infraestructura verde tampoco es la naturaleza. El elemento diferenciador viene, obviamente, de la primera parte de la expresión: el término infraestructura. Aquellas funciones o elementos de la naturaleza necesarios para el funcionamiento de las áreas urbanizadas probablemente deberían de formar parte de esta infraestructura verde frente a aquellos más antrópicos que constituirían la infraestructura gris.

Infraestructura gris, colector de pluviales en Valencia, cyes

Según el diccionario de la Real Academia una infraestructura “es el conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para la creación y funcionamiento de una organización cualquiera”. Y pone algunos ejemplos: infraestructura aérea, social o económica. Todos tenemos claro los elementos que constituyen, por ejemplo, la infraestructura eléctrica: elementos de generación, de almacenamiento, de distribución y de consumo. O la de saneamiento: colectores, arquetas, derivaciones o depuradoras. Cabría preguntarse, análogamente, cuales serían los elementos que constituyen la infraestructura verde. Es muy posible que en este caso la discusión fuera mayor pero, probablemente, todos estaríamos de acuerdo en señalar algunos: ríos, humedales, bosques, hábitats de la vida silvestre, lagos, o los corredores que unen algunos de los anteriores.

Verde como infraestructura, laminación de avenidas del río Zadorra
 Vitoria-Gasteiz, España CEA, el anillo verde interior

Si nos centramos en las zonas periurbanas ¿a qué nos estamos refiriendo cuando pensamos en “el verde” (insisto en las comillas) como una infraestructura? Si volvemos a la definición del RAE “conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para la creación y funcionamiento de una organización cualquiera” se trataría de buscar aquellos elementos o aspectos del verde que sirvieran para el funcionamiento de elementos concretos y específicos de la ciudad. Aunque luego me detendré algo más en algunas de las funciones básicas de las zonas verdes en el caso más urbano, ahora para las zonas periurbanas y a modo de ejemplo, y para saber de qué estamos hablando me gustaría citar algunas: regular el régimen hidrológico mediante el control de escorrentías, erosión del suelo e inundaciones; garantizar la continuidad y disponibilidad de la flora; aprovisionar espacios para la movilidad y otros para la supervivencia de la fauna aumentando la biodiversidad; actuar como sumidero de CO2 y de otros elementos contaminantes; y otros muchos de los que el anillo verde de Vitoria es un ejemplo paradigmático.

Verde como equipamiento, corriendo al borde del río Zadorra
 Vitoria-Gasteiz, España, elcorreo.com

Estas funciones de infraestructura de las áreas periurbanas no deberían hacernos olvidar que las áreas verdes tienen también una clara función de equipamiento. Es decir, la de ofrecer a los ciudadanos unos espacios dedicados al esparcimiento, la socialización, la realización de ejercicio físico o el contacto con la naturaleza. Podríamos decir que en estas áreas fuera de la ciudad pero que no llegan a ser naturaleza en estado puro, la función ecológica, vital en las zonas menos antropizados del territorio, cede lugar (aunque sin dejar de tener una gran importancia) a su función como infraestructura y como equipamiento. De forma que ya podemos ver una cierta gradación que se debería reflejar en el manejo de estas áreas: en las menos antropizadas la vocación ecológica del territorio debería ser la prioridad, y en las más cercanas a la ciudad esta vocación debería ser compartida con la de infraestructura y equipamiento en el sentido explicado anteriormente.

Humedales Ramsar en Salburua, anillo verde
 Vitoria-Gasteiz, España CEA, el anillo verde interior

Sin embargo si nos adentramos en las zonas más urbanas de la ciudad cabría plantearse si, realmente, esta función de infraestructura tiene una importancia suficiente como para considerarla y en qué lugar queda la ecológica, ya que la vocación como equipamiento de las “áreas verdes” (siempre con comillas, es decir con prevención) parece que es la prioritaria, incluso como hemos visto al comienzo, desde el punto de vista legal. O por lo menos así ha sido al principio. Pienso que lo procedente sería analizar algún ejemplo paradigmático que nos ayudara a comprender su sentido. Supongo que uno de los más significativos para todos será el de la salud de los ciudadanos. La cuestión de la salud pública, abandonada progresivamente por el planeamiento urbano desde que en 1848 se aprobó la primera ley higienista de la era moderna, parece que empieza a volver a entenderse como una de las prioridades del urbanismo. Pues bien, se trata de un ejemplo perfecto para visualizar como ha ido variando el concepto de zona verde desde un mero equipamiento a una infraestructura.

Recuperación del estrés, Ulrich, 1991
Señalar la imagen para verla más grande, garysturt

Los beneficios físicos y mentales que una adecuada distribución de zonas verdes en la ciudad trae consigo deberían ser más conocidos por todos aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de organizarla y, por supuesto, los colectivos ciudadanos para su exigencia. Reducciones constatadas de más del 20% en farmacopea de las personas mayores o una recuperación de los picos del nivel de estrés mucho más rápida en ambientes verdes frente a otros cementados deberían ser datos conocidos por todos aquellos que organizan o diseñan la ciudad. Esta visión de nuestras áreas verdes urbanas como un equipamiento es la tradicional y la que responden los 18 m2 por vivienda (15 de verde más 3 de juegos infantiles) del planeamiento tradicional en España. Desde este punto de vista la función de recreo, de socialización, de necesidad de contacto con la naturaleza para el equilibrio mental y de realización del necesario ejercicio físico es la que, en teoría, se encuentra en los estándares propuestos. La ley no decía nada de su distribución por la ciudad, ni tan siquiera de su accesibilidad por parte de los ciudadanos, lo que planteó no pocas reivindicaciones vecinales ante “zonas verdes” en taludes de más del 45%, en áreas residuales, o alejadas muchos metros de las viviendas, y que no permitían esta función de equipamiento para la salud física y mental.

Los árboles como almacenes temporales de CO2

Pero resulta que la salud también responde ante la vocación de las zonas verdes como infraestructura. Es suficientemente conocida la función de las hojas de los árboles relacionada con la fijación de determinados tipos de contaminación aérea limpiando el aire. Y por supuesto, la capacidad de los suelos para absorber, retener, filtrar y purificar el agua. O las posibilidades de reducir la contaminación acústica o aumentar el confort de zonas concretas del microclima urbano. Y eso por no hablar de las posibilidades que tienen como sumideros de CO2 y su relación con la salud en ámbitos no locales sino planetarios. Vemos, por tanto, como para un mismo objetivo, la salud, las zonas verdes urbanas pueden ayudar a conseguirlo de forma eficiente, tanto en su función de equipamiento como de infraestructura verde. Este solapamiento de ambas funciones no ayuda precisamente a clarificar sus objetivos ni a dimensionar su superficie, o a establecer las condiciones de su diseño. Por eso resulta imprescindible empezar a considerarlas en su doble aspecto para evitar sobredimensionarlas o distribuirlas de forma inadecuada.

A veces, en ambientes urbanos no es sencillo
 conectar ecológicamente algunas zonas verdes

Y si dejamos de focalizar la cuestión en la salud pública, los ejemplos de funcionamiento eficiente y económico de las zonas verdes son innumerables y deberían hacernos reflexionar sobre la necesidad de empezar a pensar en términos de estándares diferentes según las distintas funciones que deben cumplir como infraestructura. Esta forma de entender las zonas verdes urbanas como infraestructura va algo más allá de las primeras propuestas norteamericanas de infraestructura verde para las cuales era fundamental el funcionamiento en red. A veces, en una ciudad es prácticamente imposible construir una red física que una entre sí todos y cada uno de los elementos que constituyen “el verde urbano” lo que no debería invalidar su carácter de infraestructura. Es decir, su carácter como “conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para el funcionamiento de aspectos concretos de la ciudad”. Por ejemplo, una gran rotonda separada por vías de tráfico de cualquier posibilidad de unión con el resto de zonas verdes de la ciudad, no por el hecho de estar desconectada deja de estar invalidada para cumplir una función de infraestructura (por ejemplo, sumidero de CO2 o fijación de la contaminación aérea).

Aún así pueden funcionar como equipamiento, por ejemplo
 rebajando los niveles de estrés de los conductores

Por supuesto sería necesario considerar el hecho de si su mera existencia sería más gravosa desde el punto de vista ecológico o económico que, sencillamente, una rotonda pavimentada. Deberíamos de tomar en consideración que, debido al hecho de su aislamiento y la imposibilidad consiguiente de funcionar de forma más cercana a la natural y tener que hacerlo como “imitación de la naturaleza”, su creación y mantenimiento podrían ser muy gravosos. El problema es que en áreas urbanas lo normal es que no sea tan sencillo aislar la función “infraestructura” de la función “equipamiento”. En el ejemplo de la rotonda, el mero hecho de la existencia de un paisaje visual natural (que funciona, básicamente, como un equipamiento) que permitiera rebajar los picos de estrés de los conductores habría que añadirlo al haber en el balance global a tener en cuenta.

Vitoria-Gasteiz, eje piloto de intervención que incluye la recuperación del cauce del Batán
 Señalar la imagen para verla más grande CEA, el anillo verde interior

En cualquier caso estamos empezando a entender que una “zona verde” (con comillas) en una ciudad es algo más que un equipamiento, es decir (por ejemplo) que un parque urbano que es capaz de rebajar de rebajar nuestros picos de estrés en mucho más rápidamente que un área cementada. También que es algo más que una infraestructura, es decir (por ejemplo) un sumidero de CO2 o un filtro de la contaminación. Es también el recuerdo de esa naturaleza a la que, le dimos la espalda para encerrarnos en un hábitat que pronto fue el nuestro. Decía Ortega que “se reconoce el hombre cuando aparece la naturaleza deformada”. Y esto no es ni malo ni bueno, es así. Por tanto se va abriendo paso la idea de que las zonas verdes urbanas presentan tres componentes esenciales a los que deberíamos atender. En primer lugar son verdaderos equipamientos urbanos con sus requisitos propios y específicos que deberían atender al esparcimiento, la socialización, la realización de ejercicio físico o el contacto con la naturaleza de la población. En segundo lugar, de forma similar a la infraestructura gris, se comportan como una auténtica infraestructura (en este caso verde), es decir, como el conjunto de elementos naturales puestos al servicio del funcionamiento de aspectos concretos de la ciudad. Y, por último, la función ecológica, no sólo como memoria que nos recuerde a qué hemos renunciado para recluirnos en un hábitat distinto al natural, sino también, por ejemplo, como aumento de la biodiversidad o para garantizar la continuidad y disponibilidad de la flora y de la fauna.

Vitoria-Gasteiz, eje piloto de intervención, sección
 Señalar la imagen para verla más grande CEA, el anillo verde interior

Quizás después de este largo artículo se pueda entender el titular de una entrevista que me hizo Icíar Ochoa para “El Correo” y que decía textualmente: “Vitoria tiene demasiadas zonas verdes”. Efectivamente Icíar tiene razón y yo dije eso. Lo que habría que aclarar es a qué zonas verdes me refería. En un par de líneas del texto puede entenderse algo cuando digo: “Mire, Vitoria tiene demasiados espacios verdes. Si se sienta media hora en uno de ellos verá pasar en ese tiempo a cinco personas. Su uso es pequeñísimo. Pero eso tiene una ventaja tremenda. Esas áreas son en realidad reservas. En un momento dado, las generaciones futuras pueden cambiar el rumbo de la ciudad, porque hay margen para ello”. Todos los que hayáis conseguido llegar hasta aquí leyendo el artículo entero entenderéis el sentido de estas palabras y como la cantidad de zonas verdes a las que me refiero que son excesivas son las que tienen básicamente la función de equipamiento. Dado que todavía no estamos en condiciones de dimensionarlas como infraestructura, es muy posible incluso que sean pocas para atender al funcionamiento de aspectos esenciales de la ciudad. Y entenderéis también que ambas funciones pueden (y algunos casos deben) de solaparse, pero probablemente no en todos sus puntos.

Analizando el anillo interior de Vitoria-Gasteiz Foto Igor Aizpuru para El Correo

Después de la experiencia con Icíar (la entrevista duró más de media hora) cada vez me reafirmo más en mi idea de que no me importa que el blog esté en el extremo opuesto a un tuit y que la lectura de cada artículo requiera un esfuerzo considerable por parte del lector. Las cuestiones tratadas son muy complejas y no es cierto que se puedan considerar de forma simple. Es posible que existan soluciones simples a problemas complejos. Pero el análisis de una situación compleja siempre será complejo y difícilmente reducible a 140 caracteres o a un titular de un periódico. También comprendo que la Web nos ha acostumbrado saltos en el tiempo y en el espacio con la consiguiente necesidad de impactos continuos. Lo más asombroso de todo es que, con estas condiciones, haya tanta gente que dedique una parte importante de su tiempo a leer cada artículo. No me gusta dar información sobre el número de lectores, o páginas porque este blog no está pensado para ganar ninguna competición de popularidad (más bien lo contrario, va dirigido a un nicho de lectores pequeño, específico y seleccionado), pero hoy voy a hacer una excepción: la duración de la visita que, en el 2007 era de apenas 30 segundos, sobrepasa ahora los cuatro minutos. Esto significa que leéis de verdad los artículos. Gracias a todos.