martes, 17 de julio de 2012

A Coruña, esculturas en el paisaje

Hace unos días estuve en A Coruña en el tribunal de una tesis doctoral. Después de la lectura, junto con Juan Antonio, el ya doctor, su mujer Eugenia y parte del tribunal, comimos en un restaurante que hay en el mirador de San Pedro desde el que se disfrutan unas vistas excepcionales. En uno de los extremos del panorama, la torre de Hércules, el faro romano declarado Patrimonio de la Humanidad y símbolo de estas tierras, me traía a la memoria recuerdos maravillosos de la última vez que estuve contemplando el mar desde los acantilados cercanos: el tranvía, las esculturas, las olas, el verde mezclado con el azul. Tenía que volver allí y escribir sobre La Caracola de Moncho Amigo, los Menhires de Manolo Paz, o el Hércules tallando la nave de piedra que el ya fallecido Gonzalo Viana colocó camino del Campo de la Rata. Como era viernes, decidí quedarme el fin de semana, pero cuando intenté llegar al faro, pronto me dí cuenta de que las cosas habían cambiado. La más importante era que hacía ya un año que no circulaba el tranvía turístico que rodeaba la península a lo largo de todo el borde marítimo.

La Torre de Hércules desde el mirador del monte San Pedro  Lucho

La historia del tranvía coruñés se remonta a principios de siglo. En el año 1901 se crea la “Compañía de tranvías de La Coruña” y se inicia el primer servicio el 1 de enero de 1903. A través de una serie de complejos acontecimientos se amplia la explotación a trolebuses y autobuses, que fueron sustituyendo paulatinamente a los tranvías, y en julio de 1962 (después de la introducción de los autobuses de dos pisos) cierra la última línea entre la Plaza de la Mina y la Ciudad Jardín. Cerca de treinta años más tarde, en 1990 la demarcación de Costas y el Ayuntamiento intentan la implantación de un tranvía en el litoral de playas, y en 1995 se inicia el tendido eléctrico y la instalación de los carriles. Pero es en el año 1997 cuando se recupera la red urbana utilizando tranvías históricos restaurados procedentes de Lisboa, Oporto y Zaragoza. El trayecto inaugural fue de 2,3 kilómetros entre el castillo de San Antón y la Torre de Hércules, luego ampliado hasta los 4,5 kilómetros. En 1999 llega hasta la plaza de los Surfistas, en el 2000 a las cercanías de Puerta Real y en el 2003 a Las Esclavas. Este fue el tranvía que conocí como turista.

Años treinta del pasado siglo, el tranvía por San Andrés  Andrex1986

Resulta que, más o menos por estas fechas, el año pasado se anunció la suspensión del servicio alegando problemas de seguridad debido a desperfectos en las vías. La suspensión continúa a día de hoy. Parece que no son sólo problemas de seguridad. En realidad se suman varios factores. El detonante fue la entrada de un nuevo equipo de gobierno en el Ayuntamiento, a lo que habría que añadirle las pérdidas producidas. El actual alcalde, Carlos Negreira, ya había alertado cuando estaba en la oposición de que, desde su inauguración, el tranvía había acumulado un déficit de 2,3 millones de euros. Aunque las cuentas habían ido mejorando poco a poco lo cierto es que el servicio nunca llegó a ser rentable. Resulta curioso que el tranvía no se considera por el alcalde un elemento de movilidad sino un atractivo turístico, hasta el punto que en la campaña electoral afirmó que en caso de continuar su explotación el departamento encargado de hacerlo no sería el de tráfico. En este caso no se entiende muy bien por qué en el haber no se incluyen las economías turísticas generadas.

Ya no podemos ver el Paseo Marítimo desde el tranvía  11870.com

Independientemente del caso coruñés que sólo conozco superficialmente, y sobre el que no me atrevo a opinar más que como turista, parece que algunas de las ciudades que han reimplantado el tranvía se encuentran con problemas para continuar su explotación. En algunos lugares por el malestar de los propios vecinos que no le ven demasiada utilidad sobre autobuses o minibuses y se quejan de las molestias que producen. Y en otros, efectivamente, por los costes generados. Dado que esto no se produce en todos los casos (en Barcelona, Zaragoza o Vitoria parecen estar más o menos contentos) cabría preguntarse por el origen de estas discrepancias. Como hoy no quería centrarme en la cuestión de los tranvías urbanos que pienso tiene la suficiente importancia como para dedicarle un artículo entero, sólo me gustaría señalar dos cosas. La primera es que, en algunos casos, se ha planteado sencillamente como una moda. Tener tranvía es ser moderno. Igual que hacer una propuesta de smart city, o programar una app para saber desde el ipad el tiempo que va a tardar en llegar el autobús.

El tranvía turístico en las cercanías de la Torre de Hércules  Famtrip

La otra causa puede se un plan de movilidad sostenible. Toda ciudad que se precie debe tener un plan de movilidad sostenible, independientemente de que desconozca (como ciudad) a dónde va, cuál es el futuro deseado y la forma de conseguirlo. Y en el plan de movilidad sostenible tiene que haber un tranvía. No entiendo muy bien como se pueden hacer planes de movilidad sostenible cuando, en muchos casos, los ciudadanos no saben cómo quieren que sea su ciudad. Es decir, sin que exista un plan de sostenibilidad global o, sencillamente, un plan ciudad sea sostenible o no. Pero así sucede en algunos casos. De forma que un tranvía puede aparecer de la forma más inesperada. Hace algunos años que intento convencer a mis alumnos de la necesidad de tratar de forma diferenciada cada ciudad. Una ciudad, resultado de la implantación de un grupo social determinado sobre un territorio específico, y con una historia concreta, nunca puede ser igual a otra. Todas las ciudades deberían ser distintas porque los territorios son siempre distintos y los grupos sociales también. Y, por tanto, sus objetivos, sus anhelos, también. Es decir, que a una ciudad le puede venir muy bien el tranvía y a otra no. Por el hecho de que a Barcelona le resulte fantástico no necesariamente le va a resultar igual de fantástico a A Coruña.

Paseando hacia la Torre de Hércules, Os Pelamios  Caltran

En realidad, todo lo que he escrito hasta ahora ha sido para aliviar mi decepción por el hecho de no haber podido llegar en tranvía desde el hotel donde me alojaba hasta la Torre de Hércules. Todo turista tiene unas expectativas que ha de cumplir para sentirse satisfecho como tal. Y esas expectativas, en la mayor parte de los casos, se crean actualmente mediante mecanismos publicitarios (o muy cercanos a ellos). Mi expectativa como turista de darme un paseo en el tranvía se vio frustrada. Lo mismo que en mi caso, supongo que le habrá pasado a muchos otros. En realidad, dadas las dimensiones de A Coruña y el recorrido del tranvía, estoy de acuerdo que, desde el punto de vista de la movilidad, en general (y salvo excepciones), los coruñeses no habrán lamentado su desaparición. Dado que las expectativas turísticas son fácilmente transformables supongo que no será complicado cambiar la del tranvía por otra: “Vaya paseando hasta la Torre de Hércules, los paseos al borde del mar de nuestra ciudad no los va a encontrar en ningún otro sitio del mundo y no es bueno que renuncie a ellos. Además ganará en salud y calidad de vida” (aparte de ahorrarse los dos euros del billete).

En primer plano ensenada de Orzán y playa de Riazor
Al fondo las Adormideras y el campo da Rata
A la izquiera punta Hermida y la Torre  turismo.coruna

De forma que me acerqué a la Torre de Hércules dando un agradable paseo. Sin prisa, admirando la fachada al mar de esta ciudad creada por y para el mar. Os recomiendo una caminata desde Riazor, pasando por la calle Buenos Aires (delante de las playas) y luego subiendo por la calle Matadero y el Paseo Marítimo, porque puede reconciliaros con la vida. Eso, claro, obviando algunas rotondas, determinadas instalaciones (como la estatua de los surfistas) o, incluso, museos. Como este blog lo leen muchos arquitectos al llegar a la altura de Santa Teresa les puede interesar (incluso si no son arquitectos) girar la cabeza a la derecha porque se encontraran con el primero de la trilogía de museos científicos coruñeses: Domus, la casa del Hombre. Pensé que en él se recogerían contenidos específicos tales como: diferentes tipos de penes, problemas prostáticos de los especímenes humanos masculinos, costumbres relacionadas con la forma de sentir el gol o la antropología del carajillo y el dominó. Pero no, parece que se trata de reflexionar sobre las características del ser humano en general (mujeres incluidas, ¡por Dios hay que quitar ya de toda la publicidad la segunda parte y dejar sólo Domus!).

El Domus, la vela de Arata Isazaki hinchada al viento  Barceloviajes

Bueno, la mención a los arquitectos es porque se trata de una obra del famoso Arata Isozaki (discípulo del no menos famoso Kenzo Tange) con la colaboración, afortunadamente, de uno de los mejores arquitectos gallegos: César Portela. Como algunos de mis alumnos se estarán relamiendo de gusto no me resisto a dar algunos datos de los que no me gustan (va por ellos). Desde el paseo, el edificio presenta una fachada curva de 94 metros de largo y 16 de altura revestida mediante 6.600 losas pizarra y que aparece anclada sobre las rocas. Para ello hubo que excavar en la cantera sobre la que se apoya más de treinta mil toneladas de piedra. En el edificio se utilizan dos tipos de granitos: 6.500 toneladas del gris de Mondariz para los muros y 4.500 del rosa de Porriño para la urbanización y las escaleras. La parte posterior, más dialogante con el entorno urbano, está formada por una serie de paneles a modo de biombos. Es una pena que del interior no os pueda contar nada porque les tengo una cierta alergia a los museos y todavía no me he decidido a entrar en este. Lo que resulta verdaderamente impactante es la escalinata, cuya función parece la de intimidar, sobre todo al asociarla con la estatua de Botero titulada “Soldado romano” (no lo olvidéis, ¡Casa del Hombre!).

El Domus, la estatua de Botero y la impactante escalera  Arquitectura espectacular

Algo más adelante, antes de llegar a la Torre se encuentra la segunda parte de la trilogía museística: el Aquarium Finisterrae o Museo de los Peces. Como queda por debajo del nivel del paseo marítimo no llama demasiado la atención. Además, no me gustan los animales encerrados, ni aunque sean peces, por lo que sigo el paseo y veo ya cerca el faro romano recortado sobre el azul del cielo (o sobre el gris, depende del momento). Pero antes de llegar al centro del artículo, o sea las esculturas y el paisaje, resulta imprescindible decir algo sobre la antigua cárcel provincial, ya hace más de quince años sin presos (y sin uso). Se trata de un edificio magnífico situado frente al faro, en un lugar estratégico desde el punto de vista de la imagen urbana aunque ahora, las nuevas construcciones de la avenida y la ronda del Monte Alto, lo hayan descolocado. El conjunto, en el que destaca la torre del panóptico, parece que no termina de aclarar su situación administrativa. También corren malos tiempos desde el punto de vista de la financiación para rehabilitar edificios públicos pero, en cualquier caso se trata de un patrimonio de la ciudad realmente interesante que, tarde o temprano, se rentabilizará.

Conjunto de la antigua cárcel provincial  Reconquista
La torre de vigilancia entre el telón de fondo de ventanas

Bien, después de tres folios he conseguido llegar. Claro, han sido tres folios de paseo muy agradable, con la brisa del mar y un sol medio velado por las nubes reconfortando el espíritu. Llegamos al faro que construyeron los romanos (cuya reconstrucción terminó Giannini en 1791) en Punta Eiras, más conocido como Torre de Hércules. Pero nuestro objetivo no es el faro. Al llegar a la rotonda continuamos por la derecha (lo que ahora llaman Paseo de los Menhires) hasta llegar al Cementerio Moro donde hay una pequeña playa muy recoleta. A lo largo del recorrido, que si hemos sido astutos y el suelo está seco ha transcurrido por el sendero peatonal y no por el paseo cementado, veremos al pasar una serie de “cosas” colocadas en el paisaje. “Cosas” que, de momento obviamos, porque el espectáculo del mar, el cielo, el verde, los acantilados, el ruido de las olas y el olor a sal, son más que suficientes para no distraernos con “interferencias antrópicas”. En la playa nos sentamos un rato en la arena, frente al mar, descansando de un paseo realmente reconfortante y maldiciéndonos por no haber traído el bañador. Después volvemos, fijándonos, ahora sí, en las “interferencias antrópicas”.

Campo da Rata en el centro y Punta Herminia al fondo
Cementerio del Moro con su playita al frente, Adormideras a la derecha
Señalar la imagen para verla a mayor tamaño, Xunta, Pol, voo 2008

Las “interferencias antrópicas” no son más que esculturas de renombrados artistas, casi todos gallegos, colocadas en un paisaje ya de por sí excepcional. Como conocía previamente este “campo de esculturas” el paseo no ha sido más que un recurso literario para empezar el recorrido desde la playita situada en la parte este del Campo de las Ratas y a la que llegan en cinco minutos los residentes en Adormideras. Como entre las materias con las que tengo que lidiar como profesor en Arquitectura está la del “land-art”, en la asignatura de Paisaje, siempre me he preguntado cual es límite entre el “arte en la naturaleza” (o en el paisaje) y una simple exposición de esculturas al aire libre en medio de un paisaje natural. Creo que en este entorno de la Torre de Hércules se puede explicar perfectamente. Pienso que toda la parte cercana al faro funciona claramente como un museo al aire libre, no se trata de ningún ejemplo de “land-art”. No sólo por el hecho de tratarse de obras de varios artistas diferentes entre sí, sino porque las esculturas funcionan de forma autista. Cada una, como mucho, interactúa con el territorio pero no con las que la rodean. Estamos, por tanto, ante un museo al aire libre en un marco maravilloso. Pero se trata, claramente, de un museo.

Campo da Rata desde punta Herminia  Caltran
Se ven los Menhires de Paz y el Monumento de Díaz Pardo

Probablemente la única parte que se escapa de esta afirmación es, precisamente, el sitio en el que estamos: el llamado Campo da Rata. En este campo, además del mencionado Cementerio Moro y otras cosas interesantes, se encuentran el monumento de Isaac Díaz Pardo a las victimas de la represión franquista, y el conjunto de menhires de Manolo Paz. Ambas obras se complementan de forma maravillosa y dialogan entre sí y con el entorno de forma que ese conjunto va más allá de la simple exposición de esculturas al aire libre para convertirse en algo diferente. En este Campo da Rata entre julio de 1936 y marzo de 1937 fueron fusiladas, al principio por el simple procedimiento de sacarlas de la cárcel y darles “el paseo” y más tarde después de un simulacro de juicio, centenares de personas en tiempos de la guerra civil española. En el año 2001 se inauguró el monumento de Isaac Díaz Pardo. Lo forman una serie de bloques de granito con manchas de pintura roja que simula un paredón de fusilamiento. En las primeras piedras verticales se reproducen dos poemas: uno de García Lorca y otro de Carré Alvarellos.

El Monumento de Isaac Díaz Pardo  Georgiño

También aparece la siguiente inscripción: “Inmolados nestes campos fronte a o mar tenebroso por amar causas xustas” (Inmolados en este campo frente al mar oscuro por amar causas justas). El propio Díaz Pardo, a los 80 años, cuando supervisaba la colocación del monumento en el año 2001 declaró a la Voz de Galicia que «É algo moi sinxelo, son unhas pedras amontonadas que tratan de ser un cromlech» (Es algo muy simple, son una piedras amontonadas que tratan de ser un crómlech). Estas “pedras amontonadas” emocionan. Parece como si el espíritu de Isaac Díaz Pardo uno de los intelectuales gallegos más queridos, recientemente fallecido (en enero de este mismo año), impregnara estas piedras de granito y les diera una vida particular. Allí, frente al mar obscuro, se encuentra una parte importante de esa Galicia eterna que ningún gallego debería olvidar. Porque no debería de ser sólo, no lo es, un monumento a los fusilados en este sitio en un momento histórico específico sino a todos los inmolados “por amar causas justas” y una de las causas más justas para un gallego es su tierra y su historia. Yo así lo entiendo. Como homenaje a una cultura que ha luchado por sobrevivir a lo largo de los siglos, con muchos caídos no necesariamente abatidos por las balas, y en la que el territorio estará siempre presente como una parte inseparable de su esencia.

“Inmolados en este campo frente al mar oscuro por amar causas justas”  Tonicapertutti

Y al lado, simplemente girando la mirada, están los doce menhires de Manolo Paz. Manolo Paz es un escultor genial. Empezó tallando madera con su navaja, pero luego sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios Maestro Mateo de Santiago y su docencia en la de Canteiros de Poio, le llevaron por otros caminos como el de la piedra, sola o combinada en determinadas épocas con madera e, incluso metal. Su paso por Nueva York o Japón supusieron etapas de una evolución que siempre tuvo como referente las posibilidades expresivas de la piedra y como horizonte un suelo donde terminan por asentarse. Como esta Familia de Menhires (yo prefiero Menhires por la Paz, poniéndolos en relación con el monumento de Díaz Pardo), piezas de granito ancladas en un paisaje que parecía esperarlas. La obra, de 1994, dicen que representa la madre y el padre (los menhires más grandes) y los hijos. Según el autor, todos tienen una abertura “para que pueda pasar el aire que simboliza el tiempo de nuestra existencia en la tierra”. Por eso a mí me gusta más pensar que se trata de la rueda del tiempo en su giro eterno. Para entender esta explicación hay que verlos en una foto aérea, por ejemplo en Google. Siguiendo la rueda tradicional del carro gallego, los ocho exteriores simularían "a lamia", la pletina de hierro que rodea la rueda, y los cuatro interiores "a ampenla" la parte del eje saliente. En cualquier caso su filiación celta es evidente.

Los menhires de Manolo Paz  Caltran

El conjunto de los menhires de Manolo Paz y el monumento de Isaac Díaz Pardo, ambos realizados con una gran sensibilidad respecto al paisaje natural y al significado histórico del Campo de la Rata, son un ejemplo genuino de “land-art” en el que la obra del artista se macla como un todo en el lugar en el que se inserta y se realiza una conjunción admirable entre naturaleza y obra artística. Pasa lo mismo que con “El Peine del Viento” de Chillida (en Donostia, al final de Ondarreta) o “Los cubos de la memoria” de Ibarrola en el Puerto de Llanes. En el Campo de la Rata hay otras cosas pero que me interesan menos desde el punto de vista de la relación entre la naturaleza y la obra artística. Lo peor es mirar atrás y encontrar como telón de fondo los edificios del barrio de Adormideras. Prefiero darme la vuelta y mirar hacia el mar porque cualquier crítica que haga a esta ciudad puede ser tomada como “el resentimiento de un picheleiro envidioso de los progresos de A Coruña”. Claro que no me importa. Lo que escribo en el blog lo hago con total libertad y por eso me gusta hacerlo. Aunque también es cierto que he terminado encantado de este viaje y no quiero amargaros el artículo.

El monumento de Díaz Pardo entre menhires  Caltran

Si ahora volvemos hacia la Torre de Hércules lo que nos encontramos es ya otra cosa. Antes de entrar en el Campo da Rata (perdón, a veces pongo “da Rata” en galego, e outras “de la Rata” en castellano pero creo que se entiende) mencionaba la dificultad de diferenciar entre  “campo de esculturas” y “arte en el paisaje”. Lo que vamos a ver ahora hasta llegar a la Torre es un “campo de esculturas”. Incluso si me pongo en tono crítico “un sembrado de esculturas”. No se trata de las esculturas en sí (de autores de renombre y algunas muy interesantes), ni del hecho de que probablemente no añaden nada a un paisaje soberbio, sino que se trata de una especie de salpicadillo escultórico al que no se le encuentra un hilo argumental. Pasamos primero al lado de un “Hércules tallando la barca de piedra” (existen diferentes versiones del título) de Gonzalo Viana, tomado al asalto por unos niños que se suben a la barca y se sientan en las mismísimas rodillas de Hércules. Luego, ya en Punta Herminia la “Copa del Sol” de José Galán y ya casi en el mar la “Caracola” de Moncho Amigo. Recorriendo en sentido inverso el camino llegamos otra vez a la rotonda de Breogán y, luego, la orgía escultórica en torno a la Torre: “Caronte” (Ramón Conde); “Breogán” (Xose Cid); “Guitarra” (Pablo Serrano); “Ártabros” (Arturo Andrade); y así unas cuantas más repartidas por todo el paisaje.

La Caracola de Moncho Amigo en Punta Herminia  R.F. Rumbao

Qué queréis que os diga. Me hubiera gustado que, después de la intensa experiencia estética y emocional do Campo da Rata, la vuelta hasta llegar a la Torre fuera un tiempo de recogimiento que permitiera establecer un diálogo entre ambos lugares. Un espacio de transición entre la magia de la piedra en el paisaje y la historia que representa el faro romano. Comprendo que soy raro, que la forma de experimentar el lugar desde que, hace diez años, estuve en Tafí (San Miguel de Tucumán, Argentina) a la entrada de los valles Calchaquíes y conocí a Juan Carlos Yapura, un arqueólogo aficionado sin estudios, que algunos dicen que está loco, y guardaba los restos que desenterraba de sus “antepasados” para que no se perdieran, mientras que dejaba otros en el sitio porque decía que pertenecían al sitio, no es la forma en que sentía los lugares antes. Y que no es la forma “normal” de sentirlos. Juan Carlos no se si estará loco o no pero me dijo que entre los sitios y las cosas que están en los sitios hay una especie de lazos de afecto o desafecto y que se manifiestan sin más que dejar que lo hagan. Desde entonces pruebo a hacerlo siempre después de cualquier estudio racional del lugar. Completa el análisis y me da una perspectiva del territorio con detalles que antes se me habían pasado por alto.

El diálogo entre el suelo, el cielo, la memoria y los menhires  Asanlog, fragmentos

Pues bien, los Menhires de Manolo Paz y el Monumento de Isaac Díaz Pardo, para mí, forman ya para siempre parte indisoluble del sitio donde están colocados y la experiencia estética y emocional que me produce verlos, andar entre ellos, sentarme en el suelo mirando el mar sintiendo que están ahí, a mi lado, es una experiencia mágica e irrepetible. Del resto prefiero no hablar pero, probablemente habría sido mejor ir colocando estas esculturas a lo largo del Paseo Marítimo (a ser posible en la acera urbana y no en la marítima) acompañando a otras estatuas como la de los surfistas y dejando tranquilo el paisaje. O colocarlas en un museo cerrado con leyendas explicativas, iluminación adecuada, y cobrando por entrar. Probablemente así algunos les harían más caso. Acabo. A pesar del tono distendido del artículo ha sido, para mí, uno de los más difíciles de escribir. Los recuerdos de mis padres (y la lucha por Galicia de mi padre que parece hoy olvidada de todos), de mi infancia, de mi primera foto que fue precisamente en el puerto con aquella cámara de fuelle que no era mía, de los años de vacaciones…, me impiden razonar con criterio y no tengo claro que, esta vez, haya sido todo lo ecuánime que debería. De forma que no os fiéis demasiado del análisis que he tratado de hacer de este Parque de Esculturas de la Torre de Hércules. De este paisaje con esculturas pero al que no llega ya el tranvía.

Una de las "esculturas" más fotografiadas: casetas de observación de aves  Caltran

Para terminar de una forma más divertida y menos sentimental contaré una anécdota. En Punta Herminia, en una elevación del terreno, han construido unas casetas de madera para observar las aves. Buscando en Google imágenes para ilustrar el artículo me encontré varias fotos de recuerdo de turistas fotografiados en las casetas y con rótulos de este tipo: “Delante de las esculturas del Parque de la Torre de Hércules” o “Escultura cerca de la Torre de Hércules”. Comprendo que algunas de las esculturas modernas sobrepasan la capacidad de comprensión de algunos de nosotros pero es que la gente ya ni se preocupa de mirar los rótulos. Sugiero a los responsables municipales que cambien las explicaciones sobre aves que han puesto en las casetas por un cartel que diga: “Enmarcando paisajes”, Autor: Picheleiro (seudónimo). Y una explicación: “En el interior de la instalación puede experimentar a través de sus aberturas las diferentes vistas posibles del cielo, del mar, o del mar y el cielo. La situación de las aberturas está pensada para que usted interactúe con el paisaje y cree su propia obra de arte. Está terminantemente prohibido fotografiar con flash en el interior de la escultura”. Es verano, hay poca gente que lea el blog y, por eso, no importa que me haya salido un artículo muy poco académico (más bien turístico y sentimental). Pero si os animáis a ir este verano a A Coruña, cosa altamente recomendable, acordaros de no hacer fotos con flash en el interior de las esculturas.